sábado, 27 de junio de 2015

Granadas eternas

Hubo un tiempo en que los rojos frutos del otoño tenían la cualidad secreta de clave, de contraseña de complicidades. Llenaron las fuentes de la que comimos ávidos y se convirtieron en un emblema que nos acompañará por siempre. Soy incapaz de ver un granado y no recordar a aquellos tres pequeños que crecieron juntos en aquella ánfora viajera; sobre ellos construimos un tiempo de conversaciones lejanas.
Luego hablamos en susurros, y estábamos tan cerca, que podía compartir tu respiración, y confundir tus latidos con los míos; tantearte las entrañas, buscando la música de tus gemidos y aquel brillo de tus ojos nuevos en las sombras.
No, no es casual que las granadas sean para mí, las manzanas del Edén.

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